miércoles, 17 de octubre de 2012

Testimonios de ex conscriptos que sumaron a operativos represivos y vieron fusilamientos


“El ruido fue como una bolsa de papa”
José Luis Aguas contó cómo el ex teniente Carlos Macedra disparó por la espalda a Florencia Villagra. Otro ex soldado, Obdulio Adolfo Sifredi, completó el relato del mismo episodio y cómo cuando la chica agonizaba le intentaron robar una cadenita de oro.
  Por Alejandra Dandan
“Yo me enteré el nombre de las personas hace un año y medio o dos, para mí hasta ese momento eran ‘un chico’ y ‘una chica’, no sabía nombres ni apellidos, recuerdo que eran dos chicos jóvenes, la chica de blusa primaveral y campera tipo Lee. Y el chico joven, la chica de piel blanca, de unos 18 o 19 años, pelo largo, muy juvenil, los dos muy asustados, temblaban, nosotros también estábamos nerviosos porque no entendimos mucho esa reacción. Me enteré quiénes eran cuando Daniel Cabezas logra contactarme y recién ahí toma cuerpo quiénes eran, hasta el momento eran eso: ‘un chico’y ‘una chica’.”

–Discúlpeme que le insista, ¿pero supo cuáles eran sus nombres?

–Gustavo Cabezas y Florencia Villagra.

El ex conscripto José Luis Aguas se secó las lágrimas. Concluía su declaración en el juicio oral de San Martín. El vio caer arqueado el cuerpo jadeante de Florencia “Kity” Villagra. Era el 10 de mayo de 1976.

El ex teniente Carlos Macedra lo oía con alguna mueca. José Luis Aguas ya había dicho hasta ahí lo más importante. Madrugada, un operativo, tres jóvenes en una plaza de Martínez, los patrullajes de dos unidades del Ejército. Uno de los jóvenes que se escapa. “El teniente primero Macedra se percata del hecho y ordena a Ferreira seguir a uno que se abría en otra dirección. Damos la vuelta manzana, interceptamos al chico y a la chica, jóvenes. Se los rodea, yo estaba al lado del teniente primero Macedra dado que el que llevaba el lanzagases debía estar siempre acompañando al oficial en función”, dijo él. “Se les pide documentación. Estaban muy nerviosos, se los separa para interrogarlos. Las versiones no eran coincidentes y Macedra me dice: ‘Estos se traen algo raro... Acompañame’. Nos movemos a una diagonal que hay en la plaza y vemos en la zona de los domicilios una serie de panfletos pegados, miramos abajo de un vehículo y encontramos unas bolsas de plástico llenas de panfletos. Agarra la bolsa y volvemos a la esquina. Desenfunda su pistola y acercándose al chico con la culata lo golpea y le dice: ‘¡Hijo de puta, ahora vas a cantar todo lo que sabés!’.”

Aguas vive en España. El hermano de Gustavo Cabezas lo localizó siguiendo pistas como un detective a partir de la declaración de otro ex colimba en otra causa. Habló con varios colimbas de la época, muchos le dieron su nombre. Buscó en Facebook, lo ubicó. Aguas declaró en España. Ayer lo hizo en el juicio oral. Con su relato suceden varias cosas. La densidad del testimonio directo; un operativo en el que –como se verá más adelante– identifica a Macedra como asesino de una de las víctimas; aquello que en términos penales es el “autor directo” en la lógica de la reconstrucción de las causas de la dictadura es una de las figuras más difíciles de probar, tantos años más tarde y con datos amurallados por los tabicamientos y la clandestinidad. Pero Aguas es además importante en otra clave: en lo que puede provocar en otros antiguos colimbas, para animarlos a hablar, como sucedió ayer con varios de sus viejos compañeros.

“Nosotros con veinte años sabíamos más o menos lo que sucedía, pero los compañeros nos quedamos consternados con esa reacción”, dijo sobre el culatazo de Macedra que luego “dio la orden de subir a ambos a la camioneta. Les revisaron su documentación, el bolso de la chica, nada extraño; al chico se lo coloca en la camioneta boca abajo y en ese ínterin tanto el teniente primero como yo nos desplazamos hacia el centro de la calle y escuchamos gritos y vemos venir corriendo a la chica que viene avanzando hacia nosotros, nos pasó, dobló la esquina, intentando escapar. Un compañero o dos salen a querer detenerla, a correrla. El teniente primero desenfunda su pistola y avanza dos pasos hasta posicionarse en la esquina al grito de: ‘¡Parate o te mato! ¡Parate o te mato!’. Lo dijo dos veces, y hace dos disparos al aire; en el tercero le efectúa un disparo por la espalda a esta persona, para nosotros, para mí por lo menos, la acción nos deja paralizados”, dijo Aguas.

Obdulio Adolfo Sifredi corrió detrás de Kity. Declaró en la audiencia. “El chico dijo algo, y la chica sale corriendo, así asustada, yo y otro compañero salimos corriendo al lado. Y habré estado a unos tres metros de la chica, de repente siento dos disparos y después un golpe fuertísimo, fue algo de lo que más me quedó, cayó la chica boca abajo mirando por el costado. Yo estaba ahí, medio que me paré y me fui, medio que la miré y la levanté. Estaba del lado de acá, en el pecho, con sangre y pregunté: ‘¿¡Por qué!? ¿¡Qué es lo que pasó!?’.”

“Nos paramos ahí nomás y nos apostamos en la calle para no dejar entrar gente a la plaza.” El abogado Pablo Llonto hizo una pregunta. La familia de Kity oía desde las primeras filas de la sala. Sus fotos giraron como un faro cuando Macedra entró a la sala. Sifredi lloró. “He vivido cosas feas en la vida después, accidentes, cosas que pasan, pero así como murió esta chica, nosotros ahí, muy triste, muy llegador. Me acuerdo cuando cayó, el ruido como una bolsa de papa, perdóneme pero desde hace años uno tiene esto adentro y cuando me enteré de que es lo que era... Yo tengo una hija que se llama Florencia, más me lastima todavía.”

–¿Supo qué pasó después con la chica? –preguntó la querella.

–Nosotros nos quedamos ahí, no supe más nada, nos llamaron, creo que ellos quedaron en la camioneta, nosotros subíamos como los perros, íbamos adonde nos llevaban. Ahí era lo mismo, estábamos como mentalizados: ellos nos hacen ver una cosa, nosotros teníamos en mente eso, obedecer; si era subir, subíamos; preguntar, nunca.

También Aguas corrió hasta el cuerpo. “Me acerco, compruebo que está jadeando, con la cabeza al lado y doy el grito, y digo: ‘¡Todavía está viva! ¡Llamemos a una ambulancia!’.”

Y el teniente primero me contesta: “Yo sé dónde le pegué”.

“Al minuto exhaló su último suspiro. El charco de sangre era enorme. Me quedo al lado, ya había llegado un móvil policial o dos, se acerca uno y hace el gesto de querer sacarle la cadena y el reloj. Desenfundé la pistola que llevaba, la amartillé y le dije: ‘Si la tocás te mato’. Se produjo un momento de confusión, me dice: ‘Tranquilo, pibe’, y cuando se acerca el teniente primero me dice: ‘¿Qué hacés, boludo, qué hacés? Guardá esa pistola’.”

Macedra reunió a todos al día siguiente. Mostró una bandera del ERP, aunque Kity y Gustavo eran de la UES de Montoneros. Les dijo que gracias al interrogatorio hallaron un polígono de tiro. Y que no era fácil matar, pero que como todos sabían la chica tenía un arma. “Las miradas nuestras se cruzaron”, dijo Aguas. “Nadie dijo absolutamente nada. Cuando se retiró, dije: qué arma, qué disparo. La chica no iba armada, por eso interpretamos que era la versión que teníamos que dar.”
Confesión de parte
  Por Alejandra Dandan
El coronel retirado Carlos Macedra pidió la palabra después de escuchar a José Luis Aguas y el resto de los colimbas. Confirmó a grandes rasgos el relato de los dos ex colimbas sobre la escena del crimen, al punto de que en un momento explicó que él mismo se ocupó de hacer los “trámites” por el “homicidio” de Florencia Villagra en el cementerio de Boulogne. Cuando el fiscal Marcelo García Berro lo oyó, le pidió al Tribunal que eso que pareció casi un reconocimiento quedara registrado; los jueces le recordaron que todo se graba. Macedra, que aceptó y respondió preguntas de todo el mundo, entró en contradicción en algunos datos de la escena final. Primero dijo que le revisaron el bolso a Kity y no tenía nada, tal como indicaron los dos testigos; pero luego, y en su defensa, dijo que disparó porque creyó ver que ella puso la mano en el bolso intentando sacar un arma.

martes, 16 de octubre de 2012

Testimonio del periodista Rogelio García Lupo en la causa contra el represor Héctor Vergéz


“Se vendían los interrogatorios”
En el juicio que investiga el destino de cuatro detenidos-desaparecidos, entre ellos un ex funcionario de Martínez de Hoz, el periodista explicó cómo los mismos represores vendían a la prensa información obtenida bajo tortura.

Por Alejandra Dandan
Hay varias escenas detrás de la escena principal del juicio al ex capitán del Ejército Héctor Vergez. Una es una pregunta constante sobre el misterioso expediente llamado “Caso Redondo”, que podría contener los datos para enlazar a las víctimas con la estructura de informantes del PRT, esa trama de empresarios caídos en las manos del experimentado hombre de Inteligencia del Batallón 601. Y otra es lo que sucedió con los interrogatorios tomados bajo tortura a los detenidos-desaparecidos. Una hipótesis indica que circularon y se comercializaron después de la dictadura y algunos sirvieron de pasto para siniestros programas de televisión. La copia de un interrogatorio abrió parte del expediente del juicio que se lleva a cabo en este momento en Comodoro Py. El periodista Rogelio “Pajarito” García Lupo declaró ayer sobre esas tramas. Habló de sus investigaciones y miró las copias de los interrogatorios. Escuchó cuando le preguntaron si los conoció, reconoció uno como si en otro tiempo hubiese pasado por sus manos.

“Me acuerdo de que en algún momento se habló de que eran copias de los interrogatorios realizados en la ilegalidad por parte del Ejército –dijo–. Estuvieron en venta, no sé quiénes compraron, pero lo que sé es que estuvieron en venta. Tal vez los propios secuestradores vendieron los testimonios, yo tenía esa idea, eran los mismos que habían practicado la tortura los que ahora vendían los interrogatorios.”

Vergez fue uno de los hombres más experimentados en interrogatorios. Es juzgado por cuatro víctimas: “Pancho” Javier Coccoz, jefe del aparato de inteligencia del PRT, secuestrado y desaparecido; y su compañera, Cristina Zamponi, luego exiliada. Y por el secuestro y desaparición de dos hombres del mundo de los negocios: Julio “Gallego” Soto y Juan Carlos Casariego del Bel, responsable de Inversiones extranjeras en el Ministerio de Economía de José Alfredo Martínez de Hoz. En la hipótesis de la fiscalía, ambos integraron la trama de informantes del aparato de inteligencia del PRT. Con ellos, sitúan a Rafael Perrota, ex director del Cronista Comercial, cuya causa no está en este juicio oral. Gallego Soto, Casariego del Bel y Perrota son nombres que aparecen alrededor del “Caso Redondo”, con tramas descifradas y otras escondidas en nombres y códigos todavía por descifrar.

García Lupo entró en la sala. Escuchó a los fiscales. Le preguntaron por un artículo de 1998: “El tercer hombre en las sombras”, dice el título bajo el cual contó parte de la increíble historia de Gallego Soto como contacto en las sombras entre el jefe del justicialismo y La Habana. “El Che necesitaba peronistas para su guerrilla en Argentina; Perón, dinero para su retorno al país”, escribió. Gallego Soto era uno de los tres: los otros dos fueron John William Cooke y Jerónimo Remorino, ex embajador en Washington. “Julio ‘Gallego’ Soto fue agente de Perón para las operaciones confidenciales de mayor riesgo –escribió García Lupo–. Conocía las cuentas numeradas de los bancos de Nueva York, Barcelona, Montevideo y París, donde era mayor la discreción, y también podía reconstruir de memoria la historia de los contradocumentos y las transferencias de fondos que respaldaban los pactos políticos del jefe del justicialismo.” Así, era “un eximio conspirador que construyó como una obra de arte su bajo perfil”.

La fiscalía preguntó sobre ese punto: ¿cómo hizo esa investigación? García Lupo respondió lo que después iba a ir repitiendo: “La verdad es que como el tiempo ha transcurrido y por el tipo de trabajo que hice, no me resulta fácil (recordarlo)”. Aun así, dio varios datos. Que el hijo de Gallego Soto le proporcionó detalles de la vida de su padre. Y habló de Alberto P. López, antiguo amigo del empresario: “Me hizo llegar algunos papeles: tuve una entrevista con él porque Gallego Soto había sido cliente suyo. Está muerto”.

Cuando insistieron con las preguntas, explicó: “Estamos hablando de un secuestrado de 1977, de un artículo publicado en 1998, de una declaración mía en una causa en 2005, a medida que pasan las décadas me voy olvidando de más cosas. Por suerte está ese escrito, se puede ver”.

En la sala pequeña de Casación, García Lupo pidió permiso para comer un caramelo y “recuperar un poco de aire”. El Tribunal paró el debate unos minutos. El volvió a hablar. Tiempo después tosió bastante. En medio del silencio, como si nadie supiera si la cosa significaba bastante esfuerzo, de pronto se le escuchó a modo de broma: “Es que se me van acabando las pilas...”.

En esa serie de artículos de agentes, contrainteligencia y la CIA, escribió sobre el “Caso Redondo”: “Gallego Soto fue investigado por los servicios de Inteligencia militar dentro de una causa mayor identificada como ‘Caso Redondo’. En el mismo expediente fueron secuestrados y desa-parecidos Rafael Perrota y un alto funcionario del Ministerio de Economía, Juan Carlos Casariego del Bel, que se ocupaba de inversiones extranjeras. Los tres fueron interrogados bajo tortura sobre sus relaciones con los jerarcas del ERP, que en el momento de estas detenciones prácticamente había sido destruido”.

El párrafo disparó varias preguntas: Casariego del Bel y el “Caso Redondo”. De Casariego, García Lupo habló de la intervención que tuvo en la nacionalización de la compañía Italo, propiciada por Martínez de Hoz y a la que él se opuso. Dijo que Martínez de Hoz estaba de los dos lados del mostrador. Que fue una operación rápida, que se hizo en el primer año del gobierno de facto. Y agregó: “Se dijo que Casariego había manifestado su oposición a la tasación que se había hecho. Por su función era posible, pero nunca pude recoger algo que completara eso que está en el terreno de la presunción”.

“Caso Redondo”

Las partes volvieron al “Caso Redondo”: “¿Usted hizo esa vinculación?”. “¿Por qué se los vinculó?”, preguntaron. “Siempre se los ha nombrado como tres casos vinculados entre sí por el hecho de que aparentemente habían cumplido funciones de carácter financiero, vinculadas con la lucha armada” y “porque habían sido secuestrados en el mismo período de tiempo, tres casos con una tentativa de extorsión”. Para García Lupo, los tres “tienen un comienzo político y a medida que el secuestro avanza en el tiempo se va convirtiendo en una especulación financiera. Por Casariego pidieron 50 mil dólares a su esposa, y realmente la esposa pudo juntarlos, pero ya no tuvo más noticias. Creo que debe haber muerto, era un cardíaco muy enfermo y es probable que ante las torturas su resistencia física se haya agotado. Con Gallego Soto también hubo una tentativa de dinero. Perrota era muy rico, hubo rápidamente tentativa de quedarse con dinero a cambio de la libertad”.

“¿Los tres fueron interrogados sobre sus vinculaciones con el ERP? ¿Cómo llegó a esa hipótesis en el artículo?”, le preguntaron y García Lupo volvió a aquello de la memoria. Habló de la acumulación de datos. “Pero creo que se me va a ir borrando la memoria a medida que pasan los años: esto es de ’77, en el ’85 estuvo la Comisión Investigadora de la Italo, en el ’98 los artículos, en 2005 la primera audiencia: como veo que esto va para lejos es que presumo que la próxima vez me haya olvidado de más cosas todavía, no es un problema de buena voluntad.”

domingo, 7 de octubre de 2012

Testimonios en el juicio por los crímenes cometidos en Campo de Mayo

Cuando la palabra se impone al silencio
Julia Villagra habló de su hermana Kity, una joven de la UES asesinada por la espalda en mayo de 1976 en Martínez. Con ella cayó Gustavo Cabezas, quien tenía 17 años y aún permanece desaparecido. Su hermano Daniel también expuso ante los jueces.

  Por Alejandra Dandan
“Lo que quiero pedir es que se pueda volver a creer en los seres humanos; no somos Dios, pero quiero algo tan elemental como que la gente tenga libertad de pensar y llevar adelante sus creencias; mi hermana era idealista, me parece que no merecemos lo que sucedió, no lo merecían. Me asusta mucho lo de estos días, los comentarios tontos, a veces creo que no pueden valorar lo que es la democracia. La justicia es una construcción humana, me parece que esto se los tengo que pedir a ustedes, que son los representantes. Me ha costado mucho llegar acá. A veces me dicen de perdonar, pero yo no puedo perdonar hasta que no haya justicia.”

Julia Elena Villagra volvió a poner las audiencias de los juicios de lesa humanidad en diálogo con el afuera de la sala. Julia habló de su hermana Florencia “Kity” Villagra, de la Unión de Estudiantes Secundarios, durante una audiencia por los crímenes cometidos en Campo de Mayo. En la sala estuvo el ex jefe de Institutos Militares de Campo de Mayo Santiago Omar Riveros y otros dos represores reconocidos en el ultimo año: Eduardo Oscar Corrado, que entró en silla de ruedas y era el jefe de la Escuela de Comunicaciones de Campo de Mayo, y el ex teniente Carlos Macedra, a cargo del entonces Batallón Esteban de Luca de Boulogne y la persona que la madrugada del 10 de mayo de 1976 mató a Kity de un tiro por la espalda en la plaza de Martínez, mientras ella intentaba escapar y después de dos disparos al aire. Con ella cayó Gustavo Cabezas, de 17 años. Se supone que Gustavo pasó por el Batallón Esteban de Luca; hoy está desaparecido. Los testimonios de un grupo de ex colimbas fueron la llave de este expediente para llegar hasta acá. Macedra tiene fama de mal bicho también entre sus subordinados y todavía se buscan datos sobre su desempeño en Campana y Zárate.

Julia y Daniel Cabezas, el hermano de Gustavo, entraron a la sala cuando los jueces convocaron a los acusados: “Después de años de silencio y hasta de mentir por miedo, me voy a encontrar hoy cara a cara con el asesino de mi hermana Kity y eso me produce una gran conmoción”, había dicho más temprano. “La última vez que vi a mi hermana yo tenía mi bebé. Ella me pidió que le cerrara la puerta despacio porque iba a repartir volantes, para que mis padres no la retaran”, dijo Julia cuando empezó. Supo lo que pasó con Florencia por un llamado. “Mi hermana Marisa me dijo que había muerto y que estaba con el cajón cerrado. Para nosotros no era fácil viajar a Buenos Aires, así que decidí no venir porque no la iba a ver. Me preocupaba mucho el ambiente muy particular de mi familia, que yo no comprendía, y tenía miedo de ser más una molestia para mis padres. Así que no vine, me arrepentí muchas veces. Un mes y medio más tarde me vino a ver mi papá. Me dijo que había visto el cuerpo. Mi papá era abogado, un hombre recto. Me miró a los ojos y me dijo que la herida de bala era casi del tamaño de la teta, aunque no sé si eso me lo dijo mi hermano. Me dijo que estaba ‘limpia’. Yo lo miré a los ojos para tratar de entender lo que me decía y me hizo como un gesto, y los sobreentendidos eran que no la habían torturado. Para mí eso era importante.”

Su hermano Santiago era “muy chico y acompañó a mi padre; cuentan mis hermanas que vomitó varias veces. Mi papá falleció al poco tiempo, supongo que por sus contradicciones y por su fragilidad no pudo soportar afectarse la salud. Mi proceso fue distinto, tenía a mi hijo, lo quería cuidar, así que no hablé de nada. Le mentí por años, diciendo que había sido un accidente de auto”. Otra cosa importante “es que, en esa época, mis hermanas se acercaron alrededor de la plaza a preguntar a los vecinos qué habían visto. Les contaron cosas imprecisas, pero la historia es que había un colimba que la abrazaba y lloraba. En ese momento nos pareció una cosa idealizada, pero reconstruyendo esto, hace poco, sé que eso fue verdad”.

Mientras estuvo adentro, Macedra no se movió. Cuando le preguntaron si iba a declarar, dijo: “Por ahora no, pero me reservo el derecho de declarar más adelante”. Un grupo de estudiantes secundarios abrió sus computadoras. Eran de las escuelas medias 4, 6 y 7 de Ciudadela con maestros de Historia y Derecho y Política Ciudadana que llegaron por el programa Construcción de Ciudadanía contra del Genocidio de la Untref. “¿Me parece a mí –soltó una chica– o Riveros pone cara de pobrecito?”

Rubén

Enseguida declaró Rubén Castro, responsable político de Kity y Gustavo. Paraba en la casa de él porque lo perseguían y se salvó ese día porque, como no tenía los documentos, no salió. “Gustavo para mí era ‘Ramón’, aunque como estaba en la casa sabía cómo se llamaba. Del nombre de Kity me enteré después. Formábamos parte del mismo grupo, de la UES vinculada con la organización Montoneros. Yo era responsable del área de San Isidro. Mi responsable era el Negro Antonio, que desapareció tiempo después en la rotonda de Acassuso. Desde el golpe, las actividades estaban muy reducidas. El 10 de mayo nosotros salíamos a hacer una acción, reivindicando el 1º de Mayo. Yo no pude salir porque no tenía documentos. A las cuatro de la mañana se fueron. Iban a hacer un recorrido para dejar ‘gancheras’ en distintas fábricas, que eran un arco de alambre con volantes.”

Habían planificado el recorrido: un itinerario por San Isidro. “De Kity tengo recuerdos, era una chica muy tímida, hablaba lo necesario y siempre pensé que era mucho más chica; era una persona muy dulce, no es porque la hayan matado, era una persona muy especial para todos los compañeros.”

En un momento, dijo Rubén, “me despierta el Negro Antonio muy nervioso. Ahí me dice que los habían secuestrado a Kity y a Ramón. Y me dice esto, que era un operativo conjunto, que era la gente del Arsenal Esteban de Luca a partir de que, creo, ve un distintivo en alguno de los vehículos”.

Daniel

El juicio de Campo de Mayo logra reconstruir en un día, a veces cuadro por cuadro, lo que sucedió con los caídos. Daniel Cabezas reconstruyó la búsqueda de su hermano.

A mediados de mayo del ’76 tuvo el primer dato cuando se cruzó con un vecino. “Yo iba con un amigo, le preguntamos si estaba al tanto de que habían detenido a una pareja de jóvenes y le relatamos el hecho. Dijo que sí, que estaba enterado y que donde hacía el servicio militar, que era el destacamento Esteban de Luca, habían llevado a gente detenida en un camioneta, cambiaron el chofer y había salido para otro lado. O sea que desde el principio supimos de una patrulla militar y que probablemente haya estado en Esteban de Luca y de ahí en otro lugar.”

El testigo más importante, sin embargo, lo halló hace sólo algunos años. Esta vez lo encontró a partir de otro colimba que declaró en otra causa de Campo de Mayo. Habló del operativo, dio algunos datos. Los datos llegaron a Daniel y se puso en contacto con varios otros.

“Todos más o menos relatan lo mismo. La patrulla, la chica que intenta escapar y todos ellos nombran a un colimba, José Luis Aguas, como que había estado muy cerca de Kity Villagra cuando murió. Mencionan unos oficiales de apellido Landa y Macedra.” Así empezó la búsqueda de José Luis Aguas, quien va a declarar las próximas semanas. Primero en su casa; el padre dijo que, por la crisis de 2001, se había ido a España. Lo contactó por Facebook a través de otro colimba. “Mandé un mail, nos empezamos a comunicar y él me confirma y me relata todo”, dijo Daniel. “Me dice que los detienen, le piden documentos, encuentran volantes abajo de un auto y de un camión. Macedra le da un culatazo a mi hermano y lo deja sangrando. Kity corre, Macedra le da un tiro por la espalda. Y Aguas va corriendo hasta donde estaba caída Kity; le dice a Macedra que pida una ambulancia porque todavía respiraba y Macedra le dice algo así como que sabía dónde le había disparado y que iba a morir. Y de hecho fallece delante de él.”